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martes, 15 de mayo de 2012

¿Campañas publicitarias y campañas políticas en el siglo 21?



¿Para qué sirve la publicidad en TV hoy? Para bastante poco. Los millones de euros destinados a los típicos anuncios televisivos cada vez tienen menos rendimiento. Aún tienen algo de sentido para los miles de personas que no tienen acceso a Internet o para los que no saben hacer buen uso de las posibilidades que ofrece la red. Poco más.  

Hoy, al consumidor moderno, al cliente del futuro no le importan las mentiras o maravillas que los anunciantes puedan decir de sus productos o servicios en los medios convencionales. Provocan una reacción similar en nosotros que las campañas políticas; una mezcla de rechazo e incredulidad. Sabemos que mienten y por tanto desconfiamos de entrada, porque han abusado en el pasado. 

El consumidor se guía hoy por la experiencia y la opinión. Las empresas tienen que vender imagen con la gestión diaria, con la calidad de sus productos y servicios, que están a examen continuo en las redes sociales e Internet, porque una mala opinión se propaga mucho más rápido que cualquier anuncio en TV. La mejor publicidad para una marca es que sea socialmente responsable, que tenga buen nombre, imagen de cercanía, que sea accesible y transparente. 

Internet ha cambiado las reglas del juego y muchos empresarios se han quedado estancados en el S. XX. Están desfasados. O reaccionan, o sus empresas se extinguirán, como lo hicieron los dinosaurios, dando paso a otras más adaptadas a la realidad de estos tiempos.

El hastag #cierraBankia que circuló esta semana por Twitter, es un buen ejemplo de cómo hoy en día una empresa puede quedar muy tocada con que unos pocos se lo propongan. Una mala gestión, ocultar información, defraudar, clausulas abusivas, publicidad engañosa... y tu reputación está perdida. 

Los empresarios deben abrir los ojos y los oídos más que nunca. Tienen que aprovechar los canales para recibir la información que les puede hacer ofrecer un servicio o producto más acorde con las demandas de la sociedad.

Karina Kvasniova, 


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